martes, 15 de septiembre de 2020

Atrapados en las redes sociales

Hace unos años eliminé mi cuenta de Facebook y borré la aplicación de mi teléfono móvil. Nunca me arrepentí de aquello, todo lo contrario. Sinembargo, poco después empecé a utilizar Instagram, y después Twitter… ¿Por qué?  Os recomiendo el documental “El dilema de las redes” en Netflix, que arroja luz sobre todo esto. Hace tiempo que se dice que las grandes empresas tecnológicas y las redes sociales (Facebook, Instagram, Twitter, Google, Youtube, etc) mercadean con nuestros datos. Pensamos que estas páginas y aplicaciones son gratuitas, pero no lo son, simplemente no somos nosotros quienes las pagan, porque nosotros somos el producto que se vende. Pero no venden nuestros datos directamente. Con lo que realmente mercadean y se lucran es con nuestra atención. Cuantas más horas pasemos frente a las pantallas, más dinero ganan, es así de simple. Por eso cuentan con equipos completos investigando cómo hacerlas más adictivas. Una notificación que te “obliga” a mirar el teléfono, nuevos likes, comentarios, noticias impactantes aunque sean falsas (fake news), todo ello son refuerzos que provocan una liberación de dopamina en nuestro cerebro, y nos instan a acudir asiduamente a nuestras pantallas. Mediante programas de refuerzo variables (los más adictivos, los que emplean las máquinas tragaperras) nos mantienen ahí, pues al no saber cuando llegará el próximo refuerzo, mantenemos nuestra conducta (consultar el teléfono, mirar la pantalla) durante más tiempo, más veces al día, haciendo scroll en la pantalla, sin fin.





Otro tema que me inquietaba también queda explicado en el documental. Hace unos días comentaba con unos amigos que cuando buscaba cualquier producto por internet (un libro, o unos auriculares, por ejemplo) acto seguido, las plataformas y redes sociales me “bombardeaban” con publicidad relativa a dichos productos. A mis amigos también les pasaba. Ahora sabemos por qué. Cuando buscamos algo por internet, esa información es compartida entre todas las redes y plataformas, y utilizada para seguir captando nuestra atención. Interpretan que es algo que queremos o nos gusta, de modo que una manera fácil de que sigamos en la pantalla es mostrarnos eso que “nos gusta” por todas partes, lucrándose al mismo tiempo con el dinero que los vendedores de dichos productos les pagan con gusto. Es el sistema publicitario más eficiente que ha existido jamás. 





Del mismo modo, y todavía más grave, ocurre con las noticias. Las plataformas te retroalimentan con aquel tipo de información, noticias, o fake news que más parece interesarte. De modo, que lo que recibes en tus redes, no es la realidad, no es un reflejo real de lo que ocurre en el mundo. No es más que una visión sesgada, una burbuja, que refleja aquello que a tí más te interesa, aquello que más capta tu atención. Por lo tanto, lo que recibes tú, es completamente distinto a lo que reciben las personas que tienes a tu alrededor. De ese modo estamos cada vez más aislados, más desconectados. Pensamos que tenemos una visión “real” de cómo son las cosas, cuando simplemente es una parcela minúscula de la realidad que hay ahí fuera. Vemos tantas veces el mismo tipo de opiniones, que estamos convencidos de que es la verdad absoluta, y esto nos lleva a la falsa percepción de que los demás están equivocados, para nosotros es tan evidente. Pero es que para los otros es también evidente que nosotros estamos equivocados, simplemente porque tienen otras fuentes de información distintas. Esto ocurre mucho en política. Si matamos el pensamiento crítico, la diversidad de opiniones, contrastar las noticias, ¿qué nos queda? El que sea de derechas sólo recibirá en su feed noticias que avalen su opinión e ideas políticas, y el de izquierdas lo mismo pero en sentido inverso. Posturas cada vez más polarizadas, con menos margen de negociación o consenso, personas más aisladas y enemistadas con el mundo. Viviendo en nuestra burbuja, y aislados del exterior. Con todo lo que conlleva. Cuando las grandes empresas y los poderosos son capaces de conocer nuestros intereses, y de manipular nuestras opiniones y acciones, tienen al alcance de la mano por ejemplo un vuelco electoral. Esto es algo que ya ha ocurrido. Parece de ficción, que mediante las redes sociales se pueda influir y cambiar el viraje político de un país, pero es posible, y sucede.





Todo esto no es mi opinión sin más, es el testimonio de antiguos trabajadores y directivos de las propias empresas. Personas que han formado parte de la creación de este monstruo de inteligencia artificial que nos aísla y nos manipula. Son personas que lo han visto de primera mano, y que ahora lo dejan expuesto ante la opinión pública. Lo que haga la gente con esta información ya es otra cuestión. Probablemente nada, pues somos adictos, y cuando se sufre una adicción es fácil encontrar argumentos para continuar con el hábito, aunque los hechos objetivos del perjuicio para tu salud estén ahí delante. Nos tienen atrapados, y salir de esta red puede resultar más complicado de lo que parece. Para demostrar este punto, os propongo un reto. Una prueba para demostraros a vosotros mismos si sois realmente libres o estáis ya atrapados en las redes. Os propongo que permanezcáis una semana sin visitar vuestras redes sociales. Simplemente eso, siete días sin redes sociales, no el email o el whatsapp que entiendo que tienen una utilidad en el día a día, sólo las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram) apps totalmente prescindibles, que no necesitáis en vuestra rutina diaria. Para aquellos que lo veáis demasiado “radical”, al final del documental hacen algunas sugerencias para disminuir la influencia que tienen sobre nosotros: desactivar las notificaciones, borrar algunas apps, reservar un tiempo cada día para consultar las redes, nunca aceptar las sugerencias de noticias o páginas que te ofrezcan las redes, sino decidir tú mismo lo que consultas, son algunas de las ideas para recuperar nuestra libertad de decisión y nuestras vidas. Nos vemos al otro lado de las pantallas.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Tiempos oscuros, tiempos de esperanza

Mucho ha ocurrido desde mi última publicación en este blog. Me he prometido en varias ocasiones escribir con más asiduidad, sin embargo aquí estoy, casi un año después del último post. Y ha hecho falta una cuarentena forzada para que me siente delante del teclado otra vez. Trato de ordenar mis ideas, de reconocer mis pensamientos. 

Vivimos anestesiados, ésa es la primera conclusión que me golpea. Anestesiados por la tecnología, por los medios de comunicación, por los programas mentales que sin ninguna maldad nuestros padres instauraron en nuestros jóvenes cerebros. Vivimos deprisa, ansiando lo próximo que vendrá, deseando el próximo evento, e ignorando lo que nos ocurre ahora mismo. Así duele menos. Duele menos, pero nos perdemos la vida. Conectados de manera perpetua, desconectados de nuestro entorno inmediato. Y yo mientras sólo quiero escuchar el canto de los pájaros.


Cuánto tiempo hace que no te miras al espejo. No por las mañanas antes de salir a tu rutina diaria. Mirarte de verdad, atravesando la mera imagen proyectada, atravesando la piel y los huesos, alcanzando tu esencia. Quién eres, quiénes somos como sociedad. Hace tiempo perdí la esperanza en el ser humano como especie. Sociedades individualistas como la nuestra se caracterizan por un egoísmo extremo, en el que sólo me preocupa el prójimo si puede perjudicarme o puede reportarme algún beneficio. Sólo me muevo si me afecta directamente. Y el resultado lo tenemos estos días. Hay quien opina que cuando salgamos de esta crisis global habremos aprendido una lección muy valiosa, que nos hará mejorar en muchos aspectos. Yo creo que dicha lección, si es que llega a aprenderse, será olvidada con los primeros conflictos, los primeros vientos de abundancia, o simplemente por pura inercia, acomodándonos fácilmente a nuestra rutina, nuestra anestesia, la rueda que siempre gira implacable, de la que no es fácil bajarse.


Tiempos oscuros sí, pero que no se me malinterprete. Son también tiempos de esperanza, pues para valorar ciertas cosas es necesario perderlas, o por lo menos verlas amenazadas. La libertad, la abundancia, el sosiego no podrían paladearse igual sin confinamiento, escasez o ansiedad previos. Mucho se va a perder, no me cabe duda, pero el sol volverá a brillar. Nos levantaremos y recobraremos el aliento. 

No puedes imponer tu voluntad en forma de expectativas sobre las demás personas. Decepción es lo único que hallarás tarde o temprano si lo intentas. Mejor que eso simplemente deja que la vida fluya, deja que los sucesos acaezcan libres, y degusta el placer de observarlos. Por eso yo decido permanecer despierto. Despierto de ese sueño, ese espejismo de banalidad. Despierto cada segundo, pues podría ser el último. 


Mucho ha ocurrido desde la última vez que volqué mis pensamientos sobre esta parcela que decido compartir con el mundo. Cambios vitales, personales, profesionales, existenciales. ¿Sigo sin embargo siendo el mismo? Acumulo conocimiento y aprendizajes, pero conservo muchos de mis defectos. Pese a todo sigue fascinándome cada vez que venzo el miedo y me asomo a lo más profundo de mi ser. Sigue emocionándome la vida, y sigo deseando crecer y mejorar día a día. Una temporada sin salir de casa parece una buena ocasión para visitar con mayor frecuencia esta parcela.

Mucho ánimo a tod@s. Nos vemos después de la pandemia.