Siento el frío en mis manos, en los dedos, el dorso y la palma, un frío crudo e implacable que asciende por mis brazos y termina inundando todo mi cuerpo. A esa sensación le acompañan sentimientos de vacío, de un dolor profundo, de tristeza y enajenación de mi propio ser.
Un escalofrío, un pensamiento, una emoción. Se suceden
sensaciones que me paralizan y me retrotraen a momentos del pasado. Han pasado
años, pero la mente recuerda, el cuerpo tiene memoria y reacciona. Lágrimas en
la oscuridad, en la soledad de aquella habitación. Y repitiéndose en mi cabeza
una pregunta una y otra vez “¿Por qué?”.
Por qué sufrimos, y por qué nos ocultamos, nos escondemos, y
nos avergonzamos de sentir. Sufrir nos hace humanos, forma parte de la vida.
Tal vez mensajes de infancia como “no llores, no es para
tanto, tienes que ser fuerte…” han calado demasiado hondo. Tal vez nuestro ego
no acepta que ésa es otra faceta nuestra, que coexiste con todas las demás, que
permitirse ser y mostrarse vulnerable no nos hace débiles, sino todo lo
contrario.
En cualquiera de los casos, nada es permanente, aunque
cueste verlo cuando te encuentres en el ojo del huracán, arrastrado y arrasado
por una emoción tan difícil de manejar, nada dura para siempre, observa dónde
sientes esa emoción, si le damos su espacio pasará.
Dejemos de huir, y empecemos a escucharnos y aceptarnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario